Introducción al Encuentro/Conferencia
La crisis y la Política de lo Común
Lo que hace un año nos movía a encontrarnos,
a analizar, deliberar y acaso imaginar una acción colectiva, esto es,
el acontecimiento de la crisis financiera del capitalismo global,
ha pasado entre tanto a convertirse en una condición, un atributo de
la realidad dominante o, desde el punto de vista histórico, una «época»,
la «época de la crisis». Como toda época, ésta pretende convertir
a quienes viven en ella en sus prisioneros, dictando así las reglas
de lo posible y lo imposible, lo sensato y lo irracional, lo aceptable
y lo inaceptable, esto es, la jaula de una condición histórica
insuperable. El acontecimiento hablaba de apertura, de crisis
en su sentido etimológico de algo que se separa y se rompe, que vacila
suspendido a merced de la decisión del tiempo. La época pretende,
por el contrario, imponernos el sentido del límite y no del umbral,
el sentido de la resignación y no de la rabia, de la rebaja radical
de expectativas de nuestras vidas, nuestros deseos, hasta que un actor
trascendente y externo a nuestra vida en común (el sistema de partidos,
por ejemplo, o nuevas figuras del mesianismo autoritario) nos abra a
la innovación del tiempo. Se trata, en todos los órdenes de la vida,
de renunciar a lo imposible a cambio de la supervivencia. La potencia
de la cooperación de la inteligencia colectiva y de la hibridación
generalizada era un sueño infantil, nos dicen, ahora tiene que mandar
el poder de los límites y de la segmentación de lo común.
Entre tanto, lo que ha sucedido es que
no ha habido un nexo (metropolitano, regional, global) entre acontecimiento
de la crisis y política de la multitud. Tampoco lo ha habido en el
registro de la política institucional o de la izquierda y extrema izquierda
tradicionales. Estas últimas han visto en todo caso en la crisis una
revancha histórica, un juicio divino de los desmanes del capitalismo,
un cambio de época que iba a serles favorable, que les daba casi póstumamente
la razón, una redención sin sujeto ni acción. Una extrema unción,
podríamos decir, para quienes ya ni ven ni sienten.
Nuestro caso es probablemente diferente.
Nuestras vidas políticas han estado vinculadas a acontecimientos, a
fechas y lugares. Para algunos podrá haber sido el 1 de enero
de 1994, para otros el 1 de diciembre de 1999, o el 19 de julio de 2001,
mientras que para otras, y más recientemente, lo será el 4 de noviembre
de 2006. A cada uno sus acontecimientos fundadores. Un acontecimiento
permite el nacimiento de un sujeto capaz de decidir en el mismo e inaugura
una vida política que prolonga la sombra y la fuerza del acontecimiento,
contra la pesadez de los estados de cosas, de la inercia de lo establecido.
Ahora bien, en la presente crisis sistémica,
contra la reestructuración a la baja de la vida, de los derechos, las
experiencias, las pasiones alegres, ¿queda algo más que la resistencia
contra una época hostil? Aquí el juicio de Dios es económico: «vuestras
vidas son demasiado costosas y excesivas, vuestros deseos irracionales
y antieconómicos, vuestro desorden intolerable y la mezcla de vuestros
cuerpos repugnante». El miedo y la esperanza de sobrevivir en los circuitos
vigilados, racionados, racializados y generizados de salario, renta
y derechos, se encargan del resto.
Podemos decir que queda algo más si
somos capaces de vincular el problema que constituyen nuestras vidas
políticas en común con la búsqueda, la recepción, la anticipación
de nuevos acontecimientos capaces de parir nuevos sujetos políticos.
Queda algo más si el problema de nuestra vida política en común es
capaz de identificar lo que resulta intolerable para la consistencia
misma de nuestras vidas en común. Queda algo más si la indignación
ante el escándalo capitalista de la «época de la crisis» se torna
capaz de descubrir, en un esfuerzo común, el penetrante vacío que
insiste detrás de la afirmación terrorista de la regla del capital
contra la potencia (subversiva) de lo común. Y en ese vacío, que agrieta
la tentativa capitalista de suprimir y conservar al mismo tiempo un
común en el que ahora reconoce, a su pesar, la única fuente de su
acumulación, ser capaces de atender al modo en que, constantemente,
las distorsiones entre las directrices que informan la gobernanza de
la cooperación productiva en nuestras metrópolis, por un lado, y el
exceso y la continúa inflación de deseos y formas de vida que generan
y son generados por lo común, por el otro, nos permite crear las condiciones
para una acogida del acontecimiento.
Pero no se trata de un único acontecimiento,
del que todo dependería y en el que nos jugaríamos el todo por el
todo, sino de una realidad, la de la producción de lo común, en la
que los acontecimientos (felices o terribles) son coextensivos a la
vida, y acompañan y determinan la suertes de nuestras formas de vida.
Acontecimiento y exceso definen la estructura de nuestras vidas políticas
(y de la producción contemporánea). Pero nuestras vidas políticas
(y productivas, nuestra condición de trabajo vivo rebelde) sólo pueden
darse en los espacios y los tiempos de la metrópolis, en un permanente
conflicto con los dispositivos de reducción y destrucción de lo común
(y por ende de nuestras formas de vida) a la regla de la explotación,
a la violencia de los cercamientos, al horizonte terrorista de la mercancía.
Hoy, en plena época de la crisis, continuamos en una situación de perplejidad, desafección y búsqueda de nuevos espacios para la política. Perplejidad ante los llamados “efectos” de la crisis en una multitud precarizada, endeudada, asfixiada cómo nunca y que, sin embargo, sigue sin encontrar formas de expresión política frente a las pasiones tristes del miedo, la angustia y la escasez . Desafección ante el conservadurismo y la impotencia de los actores sociales que dicen hablar en nombre de la “izquierda”, que con el mantra de “más trabajo y más estado” siguen sin comprender el alcance y profundidad de esta crisis y se muestran incapaces de alumbrar ningún horizonte de dignidad e innovación en los mecanismos de distribución de renta y ampliación de derechos sociales, laborales, digitales, etc.
Sin embargo la nuestra es una perplejidad
en movimiento y por ello seguimos abriendo espacios para la experimentación
de nuevas creaciones políticas, desde nuevos prototipos de un sindicalismo
social con la constitución de la Red de Oficinas de Derechos Sociales
(ODS), procesos de autoorganización entre afectados por la crisis (migrantes,
hipotecados, trabajadores precarios, etc.) y centros sociales hasta
la apertura y consolidación de trayectos de autoformación e investigación
militante así como la enorme y masiva batalla por los derechos digitales
y la cultura libre.
De forma ciertamente difusa pero a su
vez potente y creativa, se abren paso una miríada de subjetividades
políticas que proponen una salida otra, un plan b ante la crisis que
no pase ni por el cercamiento y la explotación flexible del trabajo
vivo ni por la creación de empleo a cualquier precio y el refuerzo
de la forma-estado, sino por el reconocimiento de que sólo una radical
valorización de la cooperación social y una inflación de derechos
sociales para todos permitirá configurar un horizonte de vida plena
frente a las miserias de la crisis.
Hoy, contra la «época de la crisis», el problema de lo común, de su resistencia y del poder constituyente que contiene, puede ser la matriz de las nociones comunes, de la imaginación contra la época, de los prototipos, en definitiva, de un exit subversivo de la crisis y la reestructuración capitalista.